Todos los artistas, y con mayor motivo los que empiezan su andar por los caminos del dibujo y la pintura, sienten, muchas veces verdadero terror al contemplar el papel en blanco.
El dibujante amateur observa es hoja y se formula una pregunta, tras otra: "¿Qué hago? ¿Por dónde empiezo? Tengo el modelo ante mi, pero no sé cuál es el primer paso a dar...". Ese dibujante amateur ha oído hablar del encaje en el dibujo, le han dicho que el secreto está en considerar todas las formas como si fuesen bloques, meterlas en cajas o figuras geométricas que las sinteticen, y, a partir de éstas, construir los objetos a pintar o dibujar.
La clave está en convencerse de que un dibujo, sobre todo en sus primeros tanteos, no es nunca obra de la casualidad y menos, si cabe, de una inspiración mágica. Un dibujo es un producto de la inteligencia, porque para dibujar hay que razonar. Son razonamientos sencillos, pero absolutamente lógicos, los que permiten que en el papel en blanco aparezcan unos primeros trazos orientativos de la situación y dimensiones e los elementos del modelo.
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